Comentario
El cuadrante Noreste de la Península recibió el influjo cultural de los Campos de Urnas centroeuropeos, que aproximadamente a partir del año 1100 a. C., incluso antes, comenzaron a llegar a través de los Pirineos e introdujeron una serie de innovaciones culturales y lingüísticas importantes, quizás sobrevaloradas en algunos momentos de la investigación.
Durante años, fue objeto de estudio y de polémica la manera en que pudieron entrar las nuevas formas culturales y si fueron introducidas por contingentes humanos numerosos, hablándose de invasiones indoeuropeas para describir las supuestas y sucesivas entradas de grupos procedentes del sur de Alemania que habían traído los nuevos ritos funerarios, nuevos modelos de hábitat y nuevos objetos materiales. Hoy día no puede negarse la presencia de estos influjos pero, aunque se trata de un tema aún no cerrado, se acepta una llegada paulatina, seguramente siguiendo el modelo de onda de avance ya analizado en capítulos anteriores, sin ningún matiz de invasión guerrera, que continuaría una evolución local, a partir de la absorción o simbiosis con las poblaciones indígenas preexistentes. Rovira ha sugerido una primera llegada de elementos de Campos de Urnas por vía marítima hasta las costas de Tarragona, donde se localizan las necrópolis de incineración más antiguas, en vez de la tradicional vía terrestre de los Pirineos Orientales.
Cataluña fue la primera región peninsular en la que se detectaron estas influencias, primero en forma de cerámicas encontradas en cuevas (Janet o Marcó en la provincia de Tarragona) y a continuación por la presencia de las primeras necrópolis de incineración, verdadera novedad en el ritual funerario peninsular.
Las necrópolis de la zona costera, que podemos ejemplificar en la de Can Missert (Tarrasa), muestran las típicas incineraciones en urnas cerámicas de forma bicónica enterradas en el suelo sin protección especial, mientras que los cementerios descubiertos en el valle del Segre ofrecen incineraciones en urnas cerámicas protegidas por una pequeña estructura tumular (ejemplos de Llardecans o Pedrós, en Lérida); esta variación en las sepulturas hizo pensar a algunos autores en la penetración por los Pirineos de variadas tradiciones culturales europeas, mientras que otros investigadores creen ver en estas estructuras de piedra una revitalización de las viejas costumbres megalíticas plasmadas ahora en forma tumular y asociadas al nuevo rito de la incineración.
En las formas de hábitat también se pueden detectar innovaciones, pues surgen poblados de nueva planta asentados en lugares elevados, con viviendas rectangulares dispuestas alrededor del perímetro del cerro y que en algunos casos, como el yacimiento de Carretelá en Lérida, han proporcionado fechas de C-14 del 1090 y 1070 a. C.
La difusión de las características culturales de los Campos de Urnas se produjo con relativa rapidez, bien por la vía del Segre-Cinca, bien remontado el valle del Ebro desde Tarragona o a la llanura de Lérida desde la costa, y pronto pueden detectarse en el Bajo Aragón, a finales del siglo X a. C. Los cambios se perciben, sobre todo, en las formas de poblamiento, pues en esas fechas se empiezan a ocupar los cerros de mediana altura, situados en los valles de los ríos por su claro valor estratégico, tanto defensivo como económico, siguiendo el modelo denominado de calle central con las viviendas de planta rectangular adosadas y dispuestas a lo largo del perímetro del cerro, dejando libre un espacio central común.
Fechas todavía más antiguas las ha proporcionado el poblado de Palermo (Caspe) cuyo nivel inferior está datado por el C-14 en 1100 a. C., con cerámicas típicas de los Campos de Urnas Antiguos, pero es a partir del siglo X y IX cuando se percibe una mayor densidad de hábitats, reflejo de un claro aumento de la población, que encontró en el valle del río una zona fértil donde asentarse. Otros poblados importantes de la misma región caspolina son los de el Cabezo de Monleón, con más de cincuenta viviendas dispuestas según el modelo típico, el de Záforas, La Loma de los Brunos, etcétera.
Las necrópolis están peor documentadas que en Cataluña pero también se conocen bastantes ejemplos y todas ellas son de incineración en urnas cerámicas, protegidas por una pequeña estructura tumular. Unicamente la necrópolis de Els Castellets de Mequinenza parece ofrecer nuevos datos, puesto que en uno de sus túmulos, fechados entre el siglo X y IX a. C., ha aparecido un enterramiento de inhumación que ha sido considerado muy significativo porque indica la coexistencia de los dos rituales; por un lado, el ancestral de la Península entroncado con la tradición megalítica y, por otro, el novedoso de la incineración cuya coincidencia demostraría el proceso de adaptación por parte de la población indígena de las nuevas formas culturales, en este caso el ritual funerario y las formas de las vasijas cerámicas que acompañaban los enterramientos.
Remontando el valle del río sigue existiendo un abundante poblamiento documentado hasta la llanada alavesa, aunque el yacimiento más significativo de esta zona es el de Cortes de Navarra, excavado en los años 50 por Maluquer y en el que todavía hoy continúan las investigaciones, habiendo proporcionado una estratigrafía que documenta muy bien el tránsito del Bronce Final a la Primera Edad del Hierro. Está situado en la terraza del Ebro y se pudo documentar tanto su disposición urbana, del tipo calle central, como su actividad económica, ya que se encontraron restos vegetales en muchas de las despensas de las casas; se conservaba trigo, cebada y mijo, lo que hace suponer que el sistema empleado era el de la rotación de cultivos y también se practicaba la ganadería con los ovicápridos en primer término, lo que seguramente supone un aprovechamiento lanar, seguidos de los bóvidos y del cerdo.